Carta póstuma y abierta de don Javier María Echenique, «desde el cielo»
«¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ»
Al finalizar el funeral celebrado en la parroquia madrileña de El Pilar por el eterno descanso del alma del sacerdote don Javier María Echenique, don Manuel, el párroco, dió lectura a esta emocionante carta póstuma de don Javier, expresiva de su fe cristiana en la vida eterna, en Cristo «Resurrección y Vida»
Querido gran jefe:
Quiero mandaros esta carta desde el cielo, con sello de urgencia, para que os llegue cuando os reunáis a celebrar la Eucaristía y recordar la Pascua del Señor y mi Pascua, mi paso de la muerte a la vida.
No pude despedirme de vosotros. Me llamó el Amo tan deprisa, tan de repente, tan callando, que no pude despedirme de nadie. Lo siento y pido me disculpéis.
He llegado a la Casa del Padre, al Reino de los Cielos, que tantos años anuncié y ayudé a descubrir a tanta gente en mis correrías misioneras.
¡Qué bien se está aquí! Os lo aseguro. Todo lo que yo predicaba y decía a los demás del Reino de Dios se queda corto. Tuve un gran recibimiento. Además del Padre Eterno, del Señor Jesús, de María la Virgen (¡qué hermosa es nuestra Madre!), estaba allí una multitud de gentes de todos los tiempos, de todas las clases. Allí estaban mis padres, mi familia, el Papa Pacelli -a quien conocí-, el bendito Juan XXIII, tan sencillo, explicando en un corrillo lo del Concilio; allí estaba Javier, mi tocayo y paisano, ¡qué gran muchacho! ¡Qué abrazo me dio! Andaba por allí también don Ángel, don Ángel Sagarmínaga. ¡Cuánto luchamos juntos para propagar el Domund en España! ¿Os acordáis de aquellas huchas de negritos, de aquellos ejércitos de pequeños misioneros que pedían por las calles? ¿De aquella manía santa de don Ángel de la catolicidad y misión universal de la Iglesia?...
Aquí, en el cielo, todos somos igualmente felices. Nos tratamos de tú. Aquí ya no creemos en la Resurrección, ni en el Credo. No lo digas por ahí, Manuel. No digas: El padre Echenique no cree en la Resurrección de Jesús. Como le vemos cara a cara, no nos hace falta el espejo de la fe que, a veces, era tan opaco allá abajo. Aquí todo se ve claro. ¡Qué razón tenía Jesús cuando decía: Yo soy la resurrección y la vida. Quien crea en mí, aunque haya muerto, vivirá, y cuando nos contaba lo del pan del cielo y lo de comer su carne y beber su sangre para tener vida... A veces no lo entendíamos, y hasta murmurábamos como aquellos judíos, pero, ¡qué gran realidad! Y todo lo que nos contaba Jesús en el Evangelio, todo, todo, se ve claro aquí.
Tengo que deciros que pasé bien el examen final y aprobé la asignatura más importante de mi vida. Me dijo Jesús: Ven, bendito de mi Padre, y me colocó a su derecha; me recordó cosas de mi vida, de cuando ayudaba y compartía con los más pobres y pequeños... Yo ya ni me acordaba...
En realidad os digo que merece la pena haberle seguido, haberle ayudado a llevar la cruz. Os digo de verdad que he recibido el ciento por uno... me lo prometió Jesús y lo cumplió, como toda su palabra.
Desde aquí veo más claro aún que la Iglesia ha de ser esencialmente misionera; que la catolicidad es una nota fundamental.
Yo te pido, gran jefe, que esa parroquia del Pilar en la que me he sentido tan a gusto y en la que me habéis acogido siempre tan bien, sea siempre una parroquia misionera. Ya tenéis una hermandad con una misión, Serrinha (Brasil). Seguid así. Cuidadme al padre Nicasio, el gran misionero. Una parroquia misionera es una parroquia viva.
Manuel: di a mis amigos y colaboradores del Centro Misionero ad Gentes, de la Central del Sello Misionero y del Club de Pueblos del Mundo que no lloren por mí. Soy muy feliz aquí. Que sigan trabajando con el mismo entusiasmo y eficacia. Que no decaigan. Consuela a Josefina, mi fiel colaboradora, a quien tanto debo y tanto agradezco.
Yo estaré desde el cielo empujando y orando por esas Obras misionales tan queridas. No os apuréis, amigos, recogeré en el cielo los sellos usados de las cartas de los ángeles, que son los carteros del Señor y mandaré a los misioneros el aguinaldo celestial cada año por Navidad.
Y a todos vosotros, mis familiares, amigos, sacerdotes y miembros de la parroquia del Pilar; a Emilio, el sacristán, y a todos, un abrazo muy fuerte de
Javier
Quiero mandaros esta carta desde el cielo, con sello de urgencia, para que os llegue cuando os reunáis a celebrar la Eucaristía y recordar la Pascua del Señor y mi Pascua, mi paso de la muerte a la vida.
No pude despedirme de vosotros. Me llamó el Amo tan deprisa, tan de repente, tan callando, que no pude despedirme de nadie. Lo siento y pido me disculpéis.
He llegado a la Casa del Padre, al Reino de los Cielos, que tantos años anuncié y ayudé a descubrir a tanta gente en mis correrías misioneras.
¡Qué bien se está aquí! Os lo aseguro. Todo lo que yo predicaba y decía a los demás del Reino de Dios se queda corto. Tuve un gran recibimiento. Además del Padre Eterno, del Señor Jesús, de María la Virgen (¡qué hermosa es nuestra Madre!), estaba allí una multitud de gentes de todos los tiempos, de todas las clases. Allí estaban mis padres, mi familia, el Papa Pacelli -a quien conocí-, el bendito Juan XXIII, tan sencillo, explicando en un corrillo lo del Concilio; allí estaba Javier, mi tocayo y paisano, ¡qué gran muchacho! ¡Qué abrazo me dio! Andaba por allí también don Ángel, don Ángel Sagarmínaga. ¡Cuánto luchamos juntos para propagar el Domund en España! ¿Os acordáis de aquellas huchas de negritos, de aquellos ejércitos de pequeños misioneros que pedían por las calles? ¿De aquella manía santa de don Ángel de la catolicidad y misión universal de la Iglesia?...
Aquí, en el cielo, todos somos igualmente felices. Nos tratamos de tú. Aquí ya no creemos en la Resurrección, ni en el Credo. No lo digas por ahí, Manuel. No digas: El padre Echenique no cree en la Resurrección de Jesús. Como le vemos cara a cara, no nos hace falta el espejo de la fe que, a veces, era tan opaco allá abajo. Aquí todo se ve claro. ¡Qué razón tenía Jesús cuando decía: Yo soy la resurrección y la vida. Quien crea en mí, aunque haya muerto, vivirá, y cuando nos contaba lo del pan del cielo y lo de comer su carne y beber su sangre para tener vida... A veces no lo entendíamos, y hasta murmurábamos como aquellos judíos, pero, ¡qué gran realidad! Y todo lo que nos contaba Jesús en el Evangelio, todo, todo, se ve claro aquí.
Tengo que deciros que pasé bien el examen final y aprobé la asignatura más importante de mi vida. Me dijo Jesús: Ven, bendito de mi Padre, y me colocó a su derecha; me recordó cosas de mi vida, de cuando ayudaba y compartía con los más pobres y pequeños... Yo ya ni me acordaba...
En realidad os digo que merece la pena haberle seguido, haberle ayudado a llevar la cruz. Os digo de verdad que he recibido el ciento por uno... me lo prometió Jesús y lo cumplió, como toda su palabra.
Desde aquí veo más claro aún que la Iglesia ha de ser esencialmente misionera; que la catolicidad es una nota fundamental.
Yo te pido, gran jefe, que esa parroquia del Pilar en la que me he sentido tan a gusto y en la que me habéis acogido siempre tan bien, sea siempre una parroquia misionera. Ya tenéis una hermandad con una misión, Serrinha (Brasil). Seguid así. Cuidadme al padre Nicasio, el gran misionero. Una parroquia misionera es una parroquia viva.
Manuel: di a mis amigos y colaboradores del Centro Misionero ad Gentes, de la Central del Sello Misionero y del Club de Pueblos del Mundo que no lloren por mí. Soy muy feliz aquí. Que sigan trabajando con el mismo entusiasmo y eficacia. Que no decaigan. Consuela a Josefina, mi fiel colaboradora, a quien tanto debo y tanto agradezco.
Yo estaré desde el cielo empujando y orando por esas Obras misionales tan queridas. No os apuréis, amigos, recogeré en el cielo los sellos usados de las cartas de los ángeles, que son los carteros del Señor y mandaré a los misioneros el aguinaldo celestial cada año por Navidad.
Y a todos vosotros, mis familiares, amigos, sacerdotes y miembros de la parroquia del Pilar; a Emilio, el sacristán, y a todos, un abrazo muy fuerte de
Javier
Nota.- Guardad el sello usado de esta carta. Un sello del cielo vale más. No lo tiréis. Hasta el cielo
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